LA VIDA ES UNA TELENOVELA
A diferencia de Jane Gloriana Villanueva, no hay una voz en off que hable mientras escribo estas líneas, ni tampoco una tipografía blanca surge a mi alrededor corroborando las ideas llevadas a palabras. Pero sí que existe una similitud entre Jane y yo: nuestra vida está condicionada por lo que leemos, y no me refiero únicamente a la manera en que escribimos con el ya conocido debate entre mímesis e influencia, sino más concretamente en el hecho de que ante cualquier situación más o menos escabrosa, reconocemos un patrón narrativo según el cual advertimos lo sucedido y nuestro porvenir.
Esta es una realidad que afecta a cualquiera que esté inmerso en cualquier tipo de ficción, sin importar el formato. Cuantas más estructuras narrativas -quiero hacer hincapié en esta cuestión: da igual que se trate de una lectura o un visionado, se trata de estructuras- se desbloquean en nuestra experiencia, estas repercuten inevitablemente en nuestra realidad: pensemos en el pobre Alonso Quijada.
Sin embargo, tampoco hace falta llegar al extremo del buen hidalgo Alonso, porque aún tenemos la cordura suficiente-a pesar de que él afirmase que la tenía- para distinguir entre la realidad y la ficción, pero su ejemplo no deja de ser una alternativa de lo que podríamos hacer en el caso de que quisiéramos adoptar un modelo impostado para actuar tal y como verdaderamente queremos.
Imaginemos por un momento todos los sucesos que puede acarrear una vida estándar: nacer, infancia, juventud, conflictos paternales, conflictos amorosos, políticos e incluso religiosos que siempre acaban en muerte -ya sea física porque así se ha escrito o porque las palabras llegaron a su fin-. Hay una historia para cada asunto. Y ahora es cuando viene el verdadero problema y que me atañe personalmente: ¿qué hacer cuando eres plenamente consciente de que todo lo anterior es cierto porque sabes las reglas de la Literatura? Es un tema sobre el que he pensado mucho, y siempre que me enfrento a él, entro en un bucle de frustración y en ejercicios meta que no llegan a ninguna parte.
Si alguno más sufre de esta incomprensión y se da cuenta de que puede ser un Segismundo o un Alonso Quijada, revelo a continuación mi último descubrimiento ante esta cuestión: las narraciones son herramientas para el mundo interior y exterior de cada uno; pueden ser usadas o no, pero si analizamos con la misma profundidad la respuesta que damos ante estas cuestiones, nos daremos cuenta de que es muy difícil que nos dejemos llevar por una línea narrativa puramente ficcional.
Como se puede observar, es muy complicado escapar del mundo de la imaginación, y más teniendo en cuenta que se convierte en nuestro soporte de entretenimiento -y en muchos casos, estudio y análisis- cuando estamos solos.
Aunque pensemos que nuestro hijo ha sido reemplazado por una sexy sociópata que lo había secuestrado en el día del parto, finalmente se desvela que no sucedió y el retoño será inaguantable.
Aunque cojamos la ropa de nuestros abuelos, a un amigo y un coche viejo para recorrer la estepa manchega, los molinos solo serán gigantes si nos agachamos o tomamos psicotrópicos.
Aunque despertemos un día y seamos reyes de Polonia y odiemos a nuestros padres por no haberlo sabido antes, tendremos una mancha de baba reseca en la comisura de los labios.